“Gaucho, gaucho, chúpelo, chúpelo. Oiga, hay lo llevo tostadito, de leche y mantequilla, de huevo nada; lleve el gaucho francés, quita las arrugas y cura la vejez; lleve el gaucho argentino, el que no me lo compra aquí, me lo compra en Frontino. Es que no oyen o están purgados, o será que no me han visto, o es que están pelaos. Chupe lo que chupo la reina de París, por debajo de la nariz; lo que chupó san Gregorio cuando iba para el purgatorio, lo que chupó San José y la Virgen cuando iban para Belén; chuparon ellos, por qué no chupa usted también (…)”
"Gaucho" recorriendo las calles y el parque del corregimiento de Bolombolo, municipio de Venecia.
Este es una de las estrofillas que utiliza Jorge Luís Muriel, “Gaucho”, para ofrecer un producto exclusivo en la región. La fórmula la tiene anotada un viejo cuaderno que guarda bajo llave en su casa; ni sus hijos la conocen. “Esto, -dice luego de tomar una muestra del grumoso dulce - lo producen pocas personas en Medellín, pero yo soy el único que lo ofrece blando y duro”.
Cuando se le pregunta por la receta, Jorge ríe, hace un silencio y menciona el ingrediente que todos conocen: “Esto está compuesto de azúcar y otras cosas que no es debido mencionarlas. Si mucha gente supiera hacerlo en la región, no tendría sentido, no vendería nada. El gaucho que yo vendo no se lo comen en ninguna otra parte”.
Jorge Luís, “Gaucho” no necesita megáfono, su vozarrón, aunque áspero, se escucha a dos cuadras de distancia. Es triguello, lleva un sombrero aguadeño y usa lentes. Su cabello es liso y se conserva negro, no así su barbilla. Tiene ojos y orejas protuberante y una minúscula deformación en la punta de su nariz. Viste de camisa manga corta ceñida al pantalón de paño y zapatos negros.
En su mano izquierda porta un viejo reloj de manilla plateada y un anillo que ocupa un cuarto de su dedo angular. En la parte derecha lleva colgada de su pretina un celular y el estuche de una navaja. Al lado izquierdo le cuelga un manojo de llaves (Seguro de los municipios por los que anda). Porta en su billetera los documentos de identidad, una cédula de 1956 expedida en el municipio de Concordia y una estampita de la Virgen del Carmen.
En cualquier municipio Suroeste antioqueño dan razón de él y de su producto, lo describe y parafrasea algunos de sus estribillos característicos. Cuando tarda, lo echan de menos. Jorge se demora un mes para caminarse esta región del departamento, y le alcanza para ir a Caucasia, Planeta Rica y recorrer dos veces el primer municipio del Sur del Área Metropolitana, Caldas.
Jorge Luís Muriel es una de los personajes más populares y sui generis del Suroeste antioqueño. Cualquier persona de la región puede dar cuenta de él.
Cuarenta años de su vida los ha consagrado a la venta de “gaucho” y aún hoy, a los setenta y cuatro años, continúa trasegando por infinidad de calles. Nadie conoce la región ni a sus pobladores como él. De igual manera, si llevara registro de los kilómetro que ha caminado, es probable que tuviera una página en el libro dorado del los Record Guiners. Sólo los descansa los viernes y las fiestas de guardar.
Camina a paso medio con una bandeja cuadrada de aluminio sobre su hombro izquierdo, y en la mano derecho lleva una mesilla portátil de madera, color amarillo, con un dulceabrigo apostado en la parte superior. En las esquinas se detienen, o donde lo paren, abre la mesilla, descarga su bandeja, y grita a todo pulmón, mientras se acercan adultos y niños.
“Gaucho, gaucho, chúpelo, chúpelo. Oiga, me compran o boto esto, o lo tiro para arriba, o me lo como yo mismo tostadito. Oiga, lo vendo barato para que lo chupe cada rato; meta la pata saque la plata, no coma cuento, coma gaucho. Oiga, y lo llevo tostadito, tirudito y tiecesito. Llegó modesto y acabó con esto, llegó María y acabó con lo que había, llegó Tomás y chupo más”.
Con una pinza metálica entrega en dulce en pedacitos del papel bond. Se consigue un pedazo desde $300 pesos, color blanco, verde, rosado o amarillo. Las barras, que miden aproximadamente 15 centímetros, cuestan 2 mil pesos. “Este dulce sabe muy rico sólo, con leche o con mazamorra”, comenta Gilma Bolívar, una señora de aproximadamente cincuenta años.
Este personaje ha acompañado al Suroeste en sus momentos de crisis y de bonanza en las últimas cuatro décadas. Varias generaciones han crecido escuchando sus recitales públicos y saboreando “gaucho”, como lo afirma Mariano Sánchez-: “Yo tengo 49 años y siempre he vivido en Bolombolo, y recuerdo que cuando era niño, “gaucho” deambula por este pueblo. Es un personaje típico”.
Jorge Luís Muriel, “gaucho” nació y creció en Concordia, un típico municipio antioqueño encumbrado en las montañas del Suroeste, de donde se divisa casi toda la subregión. Allí recibió los sacramentos y fue a la escuela, pero muy ligero tuvo que abandonarla para ayudar en su casa, una humilde familia cafetera. Fue ayudante de carro, albañil y panadero.
“Este producto se llama “gaucho”, por qué es de origen argentino, al menos eso me dijo don Miguel, un señor que lo producía y comercializaba en Andes. Yo empecé vendiéndole a él y cuanto se sintió viejo me dio la receta. A varios de mis diez hijos –todos con la señora que me dio la iglesia- los crié y les di estudio a punta de “gaucho”. Afirma Muriel.
La fórmula de su producto es un tesoro que "gaucho" guarda con recelo. Nadie la conoce y es único en la región.
A finales de la década de los 70 Jorge se mudó para Venecia, una tierra que apuntaba prosperidad. Según él, allí no es muy buena la venta: “No volví tampoco a Jericó, ni a Pueblo Rico, la venta es regular y no recuperaba los gastos. Me va bien en Ciudad Bolívar, Betania, Hispania, Salgar, Betulia, Urrao, Tarso; pero sobre todo en Caldas. Allí vendo 7 libras en un día.
Sobre la elaboración tampoco da muchos detalles: “Lo que me queda lo vuelvo a llevar al fogón para derretirlo y fusionarlo con una nueva producción en una olla grande de aluminio. Me tardo una hora para tener lista una zaca. Luego lo saco y lo estilo para darle los quiebres y la textura”, cuenta “gaucho.
Lo que si no es secreto es que es uno de los personajes más populares y particulares de todo el Suroeste Antioqueño por su aspecto, su estilo y su producto, como él mismo lo reconoce: “A mí me conoce toda la gente del Suroeste, en cada pueblo tengo donde comer y dormir”. “Este producto sólo lo vende este señor, nadie más tiene la fórmula”, asevera Gilberto Antonio Delgado, de 57 años y oriundo de la región.
El “gaucho” del Suroeste no es muy tanguero, y tampoco lo trasnocha Maradona, ni la pampa, ni Buenos Aires; pero si sueña con venderle a los argentinos el mejor y verdadero “gaucho” del mundo”.