Oscar Andrés Sánchez A.
“Hermanita, sólo tengo 200 pesos”. –“Escúlquese un poquito, es que usted siempre me los queda debiendo. Con esa ayuda es que ajustamos a veces estos almuerzos”, le contesta una de las Hermanas koreanas encargada del Centro de Acogida, Volver a Vivir. El hombre joven se rebluja todos sus bolsillos, pero no encuentra sino unos papelillos. La Hermana se sonríe y le dice: “Bueno. Tenga su ficho, otro día me los trae.
En Caldas, sur del Área Metropolitana, existe una obra social donde los usuarios, habitantes de la calle, dan una contribución simbólica por su comida.
A las 12:00 del día empiezan a arribar decenas de personas al Centro de Acogida. Entregan la simbólica contribución de $300 pesos y reciben un ficho con el que reciben un almuerzo, jugo y un dulce de chocolate de postre. Volver a Vivir está ubicado en el sector de La Inmaculada, Caldas, y es coordinado por las Hermanas Misioneras de Jesús, una comunidad que se originó en Corea del Sur y que recibió aprobación como comunidad religiosa en la Diócesis de Caldas.
Legado Diocesano
Desde los inicios de la Diócesis de Caldas en 1988, a Monseñor Germán García Isaza lo asaltó el deseo de organizar la caridad, como lo había logrado en 1617 Vicente de Paúl con la primera Confraternidad de la Caridad en Châtillon (Francia) y en 1633 con las Hermanas de la Caridad (vicentinas). Monseñor fundó en la Diócesis las Centrales Católicas y quiso además fundar el Centro de Acogida, Volver a Vivir, para atender directamente y de manera constante a los más desprotegidos.
A principios de 2001 volver a Vivir empezó a funcionar como albergue de personas marginadas, desplazadas y necesitadas y era coordinado por laicos comprometidos. Cuando recibió el nombramiento como obispo de Apartadó, Monseñor Germán quiso dejar esta obra en buenas manos y encargó Volver a Vivir a las Hermanas Misioneras de Jesús, la misma comunidad que en 1998 había acogido y aprobado. Las Hermanas respondieron al llamado de su obispo y asumieron esta misión.
De Corea del Sur a América Latina
Tres koreanas, entre ellas Verónica y Escolástica Ryu, dejaron sus profesiones, familias y su ciudad natal, Daegu, la tercera más poblada de Corea del Sur (2.480.578 hab) y decidieron convertirse en misioneras. Estuvieron en Santa Helena (Quito) y llegaron a Colombia en 1998. Monseñor García Isaza las acogió y ahora son la única comunidad en Colombia y en el mundo. Esta compuesta por tres hermanas sur coreanas, una ecuatoriana y otra colombiana.
Las hermas surcoreanas que orientan la obra dejaron sus profesiones en su país de origen por dedicarse a la misión en América Latina.
“Hermanita, sólo tengo 200 pesos”. –“Escúlquese un poquito, es que usted siempre me los queda debiendo. Con esa ayuda es que ajustamos a veces estos almuerzos”, le contesta una de las Hermanas koreanas encargada del Centro de Acogida, Volver a Vivir. El hombre joven se rebluja todos sus bolsillos, pero no encuentra sino unos papelillos. La Hermana se sonríe y le dice: “Bueno. Tenga su ficho, otro día me los trae.
En Caldas, sur del Área Metropolitana, existe una obra social donde los usuarios, habitantes de la calle, dan una contribución simbólica por su comida.
A las 12:00 del día empiezan a arribar decenas de personas al Centro de Acogida. Entregan la simbólica contribución de $300 pesos y reciben un ficho con el que reciben un almuerzo, jugo y un dulce de chocolate de postre. Volver a Vivir está ubicado en el sector de La Inmaculada, Caldas, y es coordinado por las Hermanas Misioneras de Jesús, una comunidad que se originó en Corea del Sur y que recibió aprobación como comunidad religiosa en la Diócesis de Caldas.
Legado Diocesano
Desde los inicios de la Diócesis de Caldas en 1988, a Monseñor Germán García Isaza lo asaltó el deseo de organizar la caridad, como lo había logrado en 1617 Vicente de Paúl con la primera Confraternidad de la Caridad en Châtillon (Francia) y en 1633 con las Hermanas de la Caridad (vicentinas). Monseñor fundó en la Diócesis las Centrales Católicas y quiso además fundar el Centro de Acogida, Volver a Vivir, para atender directamente y de manera constante a los más desprotegidos.
A principios de 2001 volver a Vivir empezó a funcionar como albergue de personas marginadas, desplazadas y necesitadas y era coordinado por laicos comprometidos. Cuando recibió el nombramiento como obispo de Apartadó, Monseñor Germán quiso dejar esta obra en buenas manos y encargó Volver a Vivir a las Hermanas Misioneras de Jesús, la misma comunidad que en 1998 había acogido y aprobado. Las Hermanas respondieron al llamado de su obispo y asumieron esta misión.
De Corea del Sur a América Latina
Tres koreanas, entre ellas Verónica y Escolástica Ryu, dejaron sus profesiones, familias y su ciudad natal, Daegu, la tercera más poblada de Corea del Sur (2.480.578 hab) y decidieron convertirse en misioneras. Estuvieron en Santa Helena (Quito) y llegaron a Colombia en 1998. Monseñor García Isaza las acogió y ahora son la única comunidad en Colombia y en el mundo. Esta compuesta por tres hermanas sur coreanas, una ecuatoriana y otra colombiana.
Las hermas surcoreanas que orientan la obra dejaron sus profesiones en su país de origen por dedicarse a la misión en América Latina.
“Desde mayo de 2002, por encargo de monseñor Germán, coordinamos Volver a Vivir que vive de la caridad, pero que ya no funciona como albergue sino como comedor y presta servicios de salud, alimentación, higiene, capacitación y acogida a desplazados de paso. Monseñor había conseguido una ayuda de Italia, pero este fondo se ha acabó y debemos acudir todos los días con algunos voluntarios a pedir en legumbrerías, tiendas y carnicerías. Algunos amigos coreanos también me ayudan”
Continúa sor Escolástica, la Hermana Madre: “Con lo que recogemos, y con el pequeño aporte que dan los beneficiarios, alcanza para hacer un promedio de 70 almuerzos diarios. En ocasiones nuestra lacena se ha visto escasa de alimentos; pero Dios cada día va proveyendo. Los platos, las cucharas y lo demás que aquí existe se debe a la ayuda de benefactores y de la Diócesis de Caldas. Incluso, esta casa, que antes pertenecía a Locería Colombiana”.
El almuerzo especial
Seis personas voluntarias ayudan a las hermanas desde las 7 de la mañana. Recolectan los comestibles, los separan, los preparan, los sirven y al final dejan todo en orden. Esta labor se extiende hasta las 3 de la tarde. “Yo colaboro aquí desde hace 7 años. Tratamos de hacer buenos almuerzos, eso sí, dependiendo lo que haya. No todas las personas son constantes, siempre veo caras nuevas. El día que más gente viene es el sábado porque hacemos el almuerzo especial: bandeja paisa con chicharrón. Es el día en que fijo hay carne” comenta Luz Dary Muñoz, una de las voluntarias.
Los habitantes de la calle del municipio de Caldas cuentas con un hogar donde se comparte la caridad y las esperanzas de una vida droga ni alcohol.
Las personas que acuden a este Centro viven casi en la miseria. Algunos son habitantes de calle y tienen problemas de adicción. Deambulan por las calles de Caldas, se bañan en las quebradas, mendigan, reciclan, venden artesanías, y al mediodía caminan hasta Volver a Vivir. Jorge León Pino y María Helena Corrales, son pareja hace dos meses y duermen al frente de Carulla. Él es de Calazan y ella de Caldas. Ella hace dos meses abandono la casa donde vivía con su hija, su yerno y dos nietos. “Yo vivo muy aburrida en la calle. Ojalá mi hija me vuelva a dar otra oportunidad”, dice. “Este es un servicio muy bueno para nosotros tan necesitados. A veces es lo único que comemos en todo el día”. Afirma Jorge.
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